martes, 28 de enero de 2014

LIBRO DE LA GUAINA BY OSHO



Y si pudieras mantener tu corazón maravillado ante los mila­gros diarios de tu vida, tu dolor no te parecería menos maravillo­so que tu alegría... Es verdad, pero a veces la verdad puede ser muy peligrosa, un arma de dos filos. Por un lado, protege, por el otro destruye. Es verdad que si mantienes el asombro en tus ojos te sor­prenderá saber que incluso el dolor tiene su propia dulzura, su pro­pio milagro, su propia alegría. No es menos maravilloso que la ale­gría misma. Pero lo extraño es que la mujer siempre es más como un niño, siempre está más llena de asombro que el hombre. El hombre siempre va en busca de conocimientos, y ¿qué son los co­nocimientos? Los conocimientos son simplemente un medio de li­brarse del asombro. La ciencia entera está tratando de resolver el misterio de la existencia, y la palabra «ciencia» significa conoci­mientos. Y es un hecho muy simple que cuanto más sabes, menos te asombras y te maravillas...
Según vas haciéndote mayor, pierdes la sensibilidad para el asombro, te vas embotando más y más. Pero la razón de ello es que ahora lo sabes todo. No sabes nada, pero ahora tu mente está llena de conocimientos cogidos de aquí y de allá, y ni siquiera has pen­sado que debajo de todo eso no hay más que oscuridad e igno­rancia...
Almustafa no menciona el hecho de que las mujeres siempre permanecen más como los niños que los hombres. Eso es una par­te de la belleza de las mujeres, su inocencia; no saben. El hombre no les ha permitido que sepan nada. Saben pequeñas cosas —acerca de mantener la casa y la cocina y cuidar a los hijos y al marido—, pero esas no son cosas que puedan impedir que... Esos no son gran­des conocimientos; pueden ser puestos de lado muy fácilmente.
Por eso, cuando una mujer viene a escucharme, me oye más profundamente, más íntimamente, más amorosamente. Pero cuando un hombre viene a oírme por primera vez, pone mucha re­sistencia, está muy alerta, tiene miedo de que le pueda influir, de que le hiera si sus conocimientos no se ven respaldados. O, si es muy astuto, va interpretando todo lo que digo según sus propios conocimientos, y dirá: «Ya sé todo eso, no ha sido nada nuevo.» Esta es una medida para proteger su ego, para proteger el duro ca­parazón. Y a no ser que se rompa el caparazón y te encuentre asombrado como un niño, no hay ninguna posibilidad de que al­cances un estado que siempre hemos conocido como el alma, tu propio ser.
Esta ha sido mi experiencia en todo el mundo, que la mujer es­cucha, y que puedes ver el brillo del asombro en sus ojos. No es algo superficial, sus raíces están en lo profundo de su corazón. Pero Khalil Gibran no menciona este hecho, a pesar de que la pre­gunta la ha hecho una mujer. De hecho, el hombre es tan cobarde que tiene miedo a hacer preguntas, porque tus preguntas prueban tu ignorancia.
Todas las preguntas mejores en El profeta son formuladas por mujeres —sobre el amor, sobre el matrimonio, sobre los niños, so­bre el dolor—, auténticas, reales. No acerca de Dios, no acerca de ningún sistema filosófico, sino acerca de la vida misma. Puede que no parezcan grandes preguntas, pero en realidad son las preguntas más grandes, y la persona que puede resolverlas ha entrado en un nuevo mundo. Pero Almustafa responde como si la pregunta la hubiera hecho cualquiera, cualquier XYZ, no está respondiendo a quien pregunta. Y mi enfoque es siempre que la pregunta real es quién la pregunta...
¿Por qué ha surgido la pregunta en una mujer y no en un hom­bre? Porque la mujer ha sufrido la esclavitud, la mujer ha sufrido la humillación, la mujer ha sufrido la dependencia económica y, sobre todo, ha sufrido un estado constante de embarazo. Durante siglos ha vivido con dolor y dolor y dolor. El niño que crece en su interior no le permite comer; siempre está sintiendo vómitos. Cuando el niña ha llegado a los nueve meses, el nacimiento del hijo es casi la muerte de la mujer. Y cuando aún no se ha liberado de un embarazo, el marido está listo para embarazarla de nuevo. Parece que la única función de la mujer es la de ser una fábrica para producir multitudes.
¿Y cuál es la función del hombre? Él no participa en el dolor de la mujer. Durante nueve meses ella sufre, durante el naci­miento del niño ella sufre, y ¿qué hace el hombre? Por lo que respecta al hombre, él simplemente usa a la mujer como un ob­jeto para satisfacer sus deseos y su sexualidad. A él no le preocu­pa en absoluto cuáles serán las consecuencias para la mujer. Y él aún sigue diciendo: «Te amo.» Si realmente la hubiera amado, el mundo no estaría superpoblado. Su palabra «amor» es absoluta­mente vacía. Ha estado tratando a la mujer casi como si fuera ga­nado.

jueves, 9 de enero de 2014

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